martes, 6 de diciembre de 2011

La muerte de una madre.

Al hablar de la muerte de una madre, o de aquella persona que hizo las veces de ella, con sus cuidados, consejos y educación, el sólo hecho de pensarlo (si no ha ocurrido aún, genera un sentimiento de tristeza profunda); si sólo pensarlo tiene ese efecto, imaginemos por un instante lo que le puede estar ocurriendo en este momento a una persona que le acaban de informar que esta maravillosa persona que lo ayudó a formar, acaba de fallecer. Es impactante, por lo tanto sugiero lo siguiente:
1.   Tómese el tiempo para asimilarlo, recuerde que el proceso de duelo es una experiencia individual acorde a la cercanía que se tuvo con la persona fallecida, así tenga más hermanos, cada uno se va a comportar de acuerdo a su personalidad, espiritualidad y forma de ver la vida ante la noticia, el ritual funerario y en general al acontecimiento social.  
2.    Permítase expresar lo que siente con las personas que le generen confianza, recuerde que en estos instantes no existen juicios de valor (nada es bueno o malo).

3.    Recurra a todos los recuerdos que tiene de ella, traiga a colación momentos especiales y palabras que le decía su ángel terrenal. Recuerde que una madre es un ángel que nos acompaña siempre, mientras viven: con su dedicación, amor y cuidados; cuando fallecen: espiritualmente. Ya que el amor y conexión que tenemos con ellas, trasciende lo físico (eso me gusta creer).

4.    Busque apoyo espiritual y psicológico.

5.    No se refugie sólo en su dolor, piense que nuestras madres siempre quieren lo mejor para nosotros. Si aún no ha fallecido ella, comparta cada momento que le sea permitido, para cuando falte tenga muchos recursos para afrontar su pérdida: muchos recuerdos e historias de Vida.
Diana Patricia Cárdenas Zapata
Asesor Familiar de Duelo - Grupo Recordar


El Consejo Maternal
Ven para acá, me dijo dulcemente mi madre cierto día.
(Aún parece que escucho en el ambiente de su voz la dulce melodía)
- Ven y dime qué causas tan extrañas te arrancan esa lágrima, hijo mío, que cuelga de tus trémulas pestañas como gota cuajada de rocío.
Tú tienes una pena y me la ocultas; ¿no sabes que la madre más sencilla sabe leer en el alma de sus hijos como tú en la cartilla?
¿Quieres que te adivine lo que sientes?
Ven acá pilluelo, que con un par de besos en la frente disiparé las nubes de tu cielo.
Yo prorrumpí a llorar. Nada le dije.
- La causa de mis lágrimas ignoro, ¡pero de vez en cuando se me oprime el corazón y lloro!..........
Ella inclinó la frente pensativa, se turbó su pupila, y enjugando sus ojos y los míos, me dijo más tranquila:
- Llama siempre a tu madre cuando sufras, que vendrá muerta o viva; si está en el mundo, a compartir tus penas; y si no, a consolarte desde arriba.
Y lo hago así cuando la suerte ruda, como hoy, perturba de mi hogar la calma, invoco el nombre de mi madre amada, ¡y entonces siento que se me ensancha el alma!
Autor: Olegario Víctor Andrade

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